Cuando las estrellas golpean el techo de las casas y entra consigo la noche, nacen mis ganas de volar. De volar a lo más alto de este mundo, a lo más lejos, a un lugar invisible en el que mis ojos ya no tengan percepción.
Los sueños infinitos se cuelan en las rendijas de mis más remotas pesadillas, están ahí, dentro de toda esa gama de sueños a escoger...están ahí, para escoger...los sueños infinitos.
Los sueños nacen para salvarnos de esta agonía de vivir, de este infierno infructuoso en el que nos tocó vivir esta falsa realidad. Una vida para algunos, sólo un paso a la verdad para otros.
Es increíble este peldaño que nos guía hacia el verdadero final. Quizás nos volvamos locos, insanos, dementes...¿quién sabe?. Quizás aquella demencia que el mundo en general suele clasificar como negativa, no sea más que algo superior, algo tan extrañamente maravilloso y por lo mismo atemorizante, tan desconocido, que el ser humano sienta el pecado más asqueroso de esta vida: la envidia.
¿Quién dice y aprueba que la demencia es algo subnormal?, ¿qué sabe un ser humano que no ha explorado más allá de su propia locura colectiva lo que es la demencia?.
La demencia en todos ámbitos es algo malo, algo que no debe permanecer ni cultivarse en este mundo. Pero puede que llegue el día, en que la demencia sea nuestra propia salvación, nuestra llave mágica hacia el verdadero mundo, puede que sea sólo un aceite para aquella puerta tan dura que no se quiere abrir...sólo eso para un mundo nuevo, una realidad que escapa de todos nuestros subconscientes.
Por ahora, soy amiga de los locos, soy una loca que lamentablemente aún no llega a la demencia, una loca que se traba en las palabras, una loca que no entiende a su mente.
Me cuelo en las palabras, en mis incoherencias...en mi pereza de hacer concordar mis palabras, porque puedo, pero no quiero.
Adiós.
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